Bogotá tenía, a mediados de los años 90, los niveles más altos de delitos y homicidios de América latina, con carteles de drogas enquistados en la sociedad y delincuentes que aprovechaban la anomia para ganar el espacio público. Pero en pocos años se modificó esa dramática situación.

Hoy, los expertos en política criminal toman el caso de la capital de Colombia como ejemplo de las acciones que pueden desarrollarse en favor de la seguridad. Y uno de los hombres que llevaron adelante el cambio, con medidas clásicas y con iniciativas novedosas y creativas, también, fue el ex alcalde bogotano Antanas Mockus, que así define su línea de gestión: «Creo que primero hay que combatir directamente la violencia y después, las condiciones de ilegalidad».

Mockus, político, físico y matemático colombiano de ascendencia lituana, fue alcalde de Bogotá entre 1995 y 1998 y de 2001 a 2003, y logró allí reducir dramáticamente la tasa de homicidios con medidas que, en esencia, se enfocaron en generar confianza y construir ciudadanía -a la que define como «un mínimo de humanidad compartida» sobre la base del «respeto de los derechos de los demás»-, y en convencer a la sociedad del valor de las medidas a tomar y no oponerse con estadísticas a los sentimientos colectivos de inseguridad.

Candidato en dos oportunidades a la presidencia de su país -entre ellas, la última-, participó en Buenos Aires del Seminario de Sustentabilidad y Ciudadanía Responsable. Durante una entrevista con LA NACION, Mockus habló de las medidas que dieron resultado en su gestión: entre ellas, la «ley zanahoria», de prohibición de venta de alcohol en ciertos horarios; la prohibición de circulación de motos con dos tripulantes (típica en asaltantes y sicarios), y hasta el teléfono de asistencia psicológica a maridos celosos para luchar contra la violencia de género.

Eso sí: aunque aclaró que «no todas las políticas pueden ser adoptadas linealmente en cualquier ciudad». «El mismo método de no permitir circular motos con dos pasajeros puede ser efectivo en un lugar y en otro no; si en una ciudad el 35% de la población quiere estar armada, será difícil que se comprenda la ventaja del desarme.» En Bogotá, con la entrega voluntaria de armas en su primer mandato se bajó del 24 al 11% de la población con permiso de portación. Las vedas en venta de alcohol y el día de salida para mujeres fueron otras acciones en las que Mockus dejó su estampa.

«El crimen es una enfermedad del organismo social, por lo que es malo cualquier enfoque que quite responsabilidades comunitarias. Pero no es cuestión de excusar al criminal. Yo puedo mirar las influencias externas que lo condicionaron, pero hay que tener en claro que finalmente fue él quien apretó el gatillo», opinó.

IMPUNIDAD Y ESTADÍSTICAS

«Una de las luchas iniciales -explicó Mockus- debe ser contra la inseguridad jurídica. La gente tiene razón cuando se queja de que alguien comete un delito y no paga, eso ocasiona una irritación social comprensible. No debería ser ése el único motor de una política criminal, pero sí una razón para que las personas culpables sientan efectivamente esa culpa. Es importante decir no a la impunidad legal, no a la impunidad moral y no a la impunidad social.»

A las estrategia de formación de ciudadanía, de la construcción de una sociedad que valore la ley como un instrumento razonable y de diversas acciones de inclusión Mockus sumó acciones focalizadas contra el delito. «Trabajamos mucho en prevención. Dedicamos mucho tiempo al estudio de toda la información disponible. Las estadísticas brindan potencialidad de análisis y de creatividad.»

De esas variantes surgidas de la combinación de información e ingenio surgió un sistema para combatir la violencia de género. «Atacar los celos era potencialmente más productivo para bajar los homicidios de mujeres. Habilitamos un teléfono de emergencia para que llamaran los maridos celosos y conversaran con psicólogas entrenadas para resolver esos casos. Hubo más de 3000 llamadas.» Una medida imaginativa que parece simple y que, según Mockus, dio buenos resultados en Bogotá.

Durante su gestión, los datos de los «mapas del delito» se orientaron a servir como herramienta de trabajo y como soporte de medidas. Pero el ex alcalde estimó que esos datos no deberían ser usados para proyectar una imagen de la ciudad diferente de la que percibe la comunidad: «A un ciudadano que sufre la inseguridad le cae muy mal que un gobernante diga que lo suyo es percepción, porque no ve su sensación de inseguridad como un hecho cuestionable sino como una evidencia contundente».

En su opinión, el trabajo primario estriba en actuar sobre los factores que provocan homicidios. A partir de frenar las pérdidas de vida se puede dar un vuelco desde el miedo y la desconfianza de una sociedad hacia un clima de optimismo público

 

fuente http://www.lanacion.com.ar/1502757-bogota-una-receta-contra-la-violencia