ANDRÉS ROIZEN

Por un delito menor y en calidad de primario una persona puede ser derivada al cumplimiento de trabajos comunitarios, una medida que apunta a la rehabilitación y que sirve para evitar la cárcel. Sin embargo, el recurso tiene una aplicación marginal.

«Pinto el Estadio Centenario antes que ir a la cárcel», comenta Pablo, un empresario que acaba de terminar de cumplir trabajos comunitarios en una escuela y un hospital tras ser procesado por evasión de impuestos. Pablo es uno de los 125 procesados que este año fueron derivados al programa de Tareas Comunitarias, una medida sustitutiva de prisión que se dicta para delitos menores y que fomenta la rehabilitación.

Al programa llegan personas en calidad de primarios y por todo tipo de delitos: hurtos, rapiñas, estafas, falsificación de documentos, defraudación tributaria y accidentes de tránsito. La idea de las penas alternativas, en particular del trabajo comunitario, es que el procesado pague por su delito, pero que mientras tanto pueda seguir trabajando de forma de no cortar sus vínculos sociales como ocurre si va a prisión, explicó a El País Gabriela Correa, encargada de la Dirección de la Oficina de Supervisión de Libertad Asistida (OSLA).

Sin embargo, en OSLA entienden que los jueces aún no conocen bien cómo funciona el programa -que todavía no cumplió un año en la órbita de esa oficina- y que tampoco saben qué tan eficiente es. Por eso, en el año sólo fueron derivadas al total de las medidas alternativas a la cárcel (tareas comunitarias y prisión domiciliaria) unas 200 personas. En el caso específico del trabajo comunitario la cantidad de derivados viene en descenso si se compara con años anteriores. En 2008 fueron 355, luego en el año 2010 fueron 195, el año pasado 150 y este año, hasta ahora, son 125.

«DEVOLVER ALGO».

Con el trabajo comunitario la persona elude el gran calvario de pagar con cárcel su delito, aunque ese es un elemento que no todos saben valorar. «Hubo gente que dejó de venir por tener que barrer», cuenta Mauricio Etchegaray, encargado de adjudicar las tareas a los procesados que cumplen pena en el hospital Pereira Rossell, donde se hacen tareas comunitarias los fines de semana de 8 a 14 horas. «Me han llegado a decir que son chorros y que no están para barrer», relata Etchegaray.

Sin embargo, el encargado también es testigo de la otra cara, la más positiva de las tareas comunitarias. Él cuenta que ve cómo mucha gente llega ahí y busca aprender a realizar las tareas, a valorar que no están presos y a fijarse una meta: no volver a cometer un delito. «Por acá pasa gente de asentamientos, gente que trabaja en comercios, han pasado taxistas, doctores y hasta una directora de escuela. Pero yo busco que todos hagan los mismos trabajos, busco que se forme un buen grupo y que se vea que hacer esto es algo productivo, sano y bueno», relata el encargado mientras acompaña a El País en una recorrida por las tareas que realizan los ocho procesados que este sábado estaban derivados a la cuadrilla del hospital. Ayer hubo limpieza de azoteas, barridos y trabajos de jardinería. «Yo lo cumplo y prefiero laburar acá antes que estar en la cárcel pasándola mal. Acá trabajo tranquilo, si estás en cana tenés que estar cuidándote la espalda», cuenta Rodrigo, que tiene 21 años y está cumpliendo pena porque «se mandó una macana» que prefiere no recordar. También afirma que el hecho de cumplir tareas comunitarias «no sólo te hace abrir bien los ojos sobre lo que estabas haciendo, también te hace sentir que estás pagando por lo que hiciste, que estás devolviendo algo». Ahora, cuenta, ya consiguió trabajo y quiere seguir dedicado a su empleo: «Voy a tratar de encarar y ya nunca más nada raro», dice.

Lo de Marcos es diferente. Él tiene 52 años y trabajó toda su vida en la construcción, «nunca tuve ni siquiera una entrada a la comisaría», relata. Sin embargo, meses atrás quiso «dar una mano a un amigo» y terminó procesado por falsificación de documentos. Ahora ya está en la mitad de su pena y dice que los sábados, cuando tiene que hacer trabajos comunitarios, trabaja para que pasen rápido las horas. «Soy una persona grande y nunca me imaginé vivir todo esto, pero también sé que es un error que uno cometió y no queda otra que pasar por esto», cuenta Marcos.

Pablo, en tanto, también pagó su pena con tareas comunitarias, en su caso por evasión de impuestos. Trabajó en la escuela 16° y en el Hospital Saint Bois. Recuerda el malestar en un primer momento por estar involucrado en un asunto de ese tipo, pero luego comenta que la experiencia fue buena en los dos lugares y que la escogería mil veces antes que ir a prisión. «Si tenés que elegir entre el Comcar o pintar una pared está claro qué elegís», concluye.

La cifra

88

Son los procesados que actualmente cumplen penas a través de las tareas comunitarias. Hay 13 mujeres y 75 hombres.

Pablo: «Sentí que devolvía algo, que estaba pagando la pena»

«Lo tomé en el primer momento con bronca por haber llegado a esto, pero después, cuando me puse a pensar, me fijé la idea de cumplir la pena lo antes y lo mejor posible. Creo que es una medida excelente, yo sentí que devolvía algo, que estaba pagando la pena, y en ambos lugares que trabajé me sentí de verdad cómodo. Cuando me enteré que había gente que tenía esta posibilidad y no la cumplía no podía creer, yo pinto el Estadio Centenario antes que terminar en la cárcel», dice Pablo, un empresario que ya cumplió la pena.

Rodrigo: «Sé lo que es la cárcel y valoro esta oportunidad»

Tengo familia que está presa y sé lo que es la cárcel. Por eso valoro esta oportunidad que tengo y decidí empezar a trabajar y no meterme en nada raro. Además, acá estas laburando antes que estar preso, acá estás ayudando a que los niños del hospital se sientan bien, porque las plazas estaban mal y las arreglamos. Levantamos las plantas y pusimos unas palmeras medio pesadas. Quedó linda y es un orgullo; tengo hijos y los traigo a la plaza para que jueguen y les digo que la arreglé yo, relata Rodrigo (21 años), que hace tareas comunitarias.

Marcos: «Trato que las horas pasen rápido mientras trabajo»

Es un error que cometió uno y no queda otra que pagar. Igual, está claro que esto me cayó como un balde de agua fría, tanto a mí como a mi familia, porque nunca pensé estar en una situación así. Trato que las horas que estoy acá pasen rápido mientras trabajo y ahora me quedan dos meses más; ni siquiera me quise imaginar lo que podía ser la cárcel. Acá, además, trato de ayudar a los más jóvenes a que aprendan a realizar las tareas o a que aprendan los oficios, cuenta Marcos, que tiene 52 años y trabaja desde joven en la construcción.

El País Digital