No hubo química

Nadia, una mujer no fea pero sin suerte, bajó del colectivo en la calle Moldes de la Sexta Sección a las 8 y media de la mañana. Nadia, de 36 años, se dirigía a la escuela donde daba clases de Química.

A las 8 y media de la mañana, cuando Nadia bajó del colectivo para ir a dar clases, dos adolescentes (uno un bici y el otro a pie que después se subió a la bici), le arrebataron la cartera: no el maletín de docente, la cartera.

Nadia gritó pero a las 8 y media de la mañana, en la Sexta nadie escucha. Los ladrones se fueron con su cartera en la que cobijaba 200 pesos y -lo más doloroso- toda su documentación. Hizo la denuncia en la Oficina Fiscal 2.

Como suele suceder en esos casos, los ladrones tomaron la billetera con los 200 pesos y se deshicieron de la cartera: la arrojaron a una acequia.

No pasó demasiado tiempo en esa mañana para que alguien recogiera la cartera de la acequia. Cuando ese hombre la tomó y la abrió, vio los documentos: «Nadia de la Torre, sexo: F, fecha de nacimiento: 19-07-77». Entre todos los papeles aparentemente inútiles que había, estaba la tarjeta de Nadia con sus datos como correo electrónico y número de celular.

A los dos días del arrebato, Nadia recibió un SMS en su celular.

-Nadia, encontré sus documentos en la calle y me gustaría devolvérselos.

La docente de Química, actuó con mesura.

-¡Qué bueno, porque me gustaría recuperarlos! ¿Por qué no me llama y quedamos para que me los dé? Si quiere dinero le puedo dar…

El emisor no contestó de inmediato sino a los dos días

-Viendo su foto en el DNI, se nota que es una mujer linda…

Nadia se puso nerviosa por el tenor de esa contestación y de inmediato marcó el número del celular de donde venían los mensajes. Pero nadie contestaba. Hasta que hubo un nuevo SMS.

-No se ve que sea una mujer muy dichosa en su foto. Mi padre era fotógrafo y siempre me decía que en una fotografía alguien podía obtener muchos datos de la persona fotografiada. ¿Sos -de pronto la comenzó a tutear- una mujer así; desdichada y linda?
-No soy desdichada ni soy linda -respondió con rapidez.

-Linda sí.

-¿Me vas a devolver mi DNI?

-Sí.

-¿Y cuándo?, no me gusta este juego

Otra vez no hubo respuesta y Nadia se dijo que haría la denuncia correspondiente por acoso; total, ya tenía el número del acosador.

Hasta que un día después hubo otro SMS

-¿Puede que por tu foto en el DNI a mí me parezcas una mujer buena onda y soltera? Acordate que sé tu fecha de nacimiento….

-Sí, te puedo asegurar que soy buena onda. Y tengo 36 años, como sale en el DNI.
-¿Y que te gusta Ricardo Arjona?

-Me gusta Arjona.

-Yo me parezco a Arjona, siempre me lo dicen.

Nadia se distendió. Era una mujer que ya había perdido las esperanzas de enamorarse: pensaba y creía que ya había hecho todo lo posible para ello y que, sencillamente, la suerte en forma de amor no apareció en su vida. A una de sus tías, de nombre Sixta, le había pasado lo mismo: linda de joven, inteligente de más grande, y así y todo quedó soltera.

-Ja ja -envió por SMS-

-Si vieras mi DNI te darías cuenta.

-¿Sí?

-Sí, además soy un fanático y sé todas tus canciones llenas de poesía; como «Señora de las 4 décadas»

-Yo no tengo 4 décadas…

Los SMS terminaron luego de esa charla. A fines de noviembre, cuando Nadia comenzó con los exámenes finales de Química en esa escuela de la Sexta Sección, recibió uno en el que un alumno prácticamente no había escrito nada; el alumno era de apellido Grilutti, de 16 años y nunca se había destacado en la clase.

Grilutti, al final de la hoja escribió: «Soy el que encontró su DNI y el que dijo que se parecía a Arjona y el que la describió a partir de su foto que tengo en mi poder porque nunca le entregué su DNI; le pido que me apruebe».

Nadia, luego de leer eso, le entregó la prueba a Grilutti con un uno.

Al día siguiente -menos de un mes después del robo- comenzó con los trámites para hacerse un nuevo DNI.

Ladrones espantados por pericotes

La siesta del domingo 23 de octubre del año pasado, mientras mucha gente ya había votado en las elecciones presidenciales y otra tanta bregaba por hacerlo, un grupo de ladrones ingresaba a una casa grande de la Sexta Sección que, suponían, estaba deshabitada. La propietaria del inmueble -una señora soltera de 88 años- había tenido que abandonarla debido a un accidente que le impedía moverse por sus propios medios.

Al parecer, los ladrones eran de la zona o fueron avisados por vecinos y estaban seguros de que en la morada no habría nadie ya que nunca vieron a alguien que visitara a la mujer soltera y sí habían visto de qué modo la señora atendía a todo el mundo (vendedores, recolectores de basura) en el umbral de la puerta sin dejarlos pasar.

El día se prestaba para un atraco: las fuerzas de seguridad estaban abocadas a los comicios y la gente común también estaba en otra cosa por tratarse de un día atípico.

Los ladrones subieron por los techos munidos de bolsas e ingresaron a la propiedad sin mayores inconvenientes. Entonces empezaron las extrañezas.

Desde el final del patio hacia el interior de la casa, se podían ver muchas cajas de cartón; no muchas, muchísimas apiladas unas sobre otras hasta llegar casi a los dos metros. Los ladrones fueron a por ellas, impulsados por la codicia. Una de las primeras que abrieron había algunos frascos con algo parecido a dulces caseros en su interior; pero también había un nido de ratas con muchas crías recién nacidas que, una vez descubiertas, comenzaron a correr por el patio.

Las ratas tienen muchas crías y cuando son bebés son cardiológicamente frágiles y se mueren ni bien uno las toca. Pequeños seres de color blanco no más grandes que un huevo de gallina, de pronto sembraban el patio de la casa.

La intromisión en esa casa fue advertida al día siguiente cuando familiares de la señora dueña de la vivienda tuvieron que entrar y notaron bastante desorden en esa morada. Seguros de que la casa había sido visitada por ladrones, los parientes llamaron a la policía de la comisaría Sexta.

A diferencia de los delincuentes, los efectivos ingresaron por la puerta.

«En la casa hallamos miles de cajas de cartón. Había 700 botellas de vino cerradas, 40 cajas de Redoxón sin abrir y vencidos, más de 100 cajas con dulces caseros, cajas con juegos de té que jamás habían sido usados y miles de cosas más que, se notaba, estaban guardadas desde hacía años. En algunas cajas hallamos nidos de ratas y hasta algunos pericotes de gran tamaño con la cola con el espesor de un dedo índice, que escapaban de nuestros pasos», describieron los policías en su informe en el que ni siquiera se pudo asegurar que los ladrones se habían llevado algo de allí.

Luego se supo que la dueña de casa padecía de un TOC (trastorno obsesivo compulsivo), en este caso llamado «de acumulación o síndrome de Diógenes».

Los familiares de la mujer -que eran de Río Negro- se dieron cuenta entonces por qué cada vez que la venían a visitar ella nunca los invitaba a su casa sino que se reunían en un bar para charlar.

Debido a su estado, la señora no puede regresar a casa -está considerada incapacitada, no insana- y jamás se enteró de lo que pasó en su vivienda. Lo que sí, no está curada de su TOC: dicen que en el geriátrico donde reside guarda compulsivamente los caramelos que le dan los enfermeros.

Hurto modelo crisis 2001

Me llamaron por teléfono desde un supermercado cercano a la comisaría por que habían detenido a un hombre que se estaba comiendo un chorizo adentro del local. ‘¿Un chorizo?’, les pregunté con la idea de que no me hicieran mandar un móvil por una pequeñez de ese tipo.
‘Sí, comisario, pero es un tipo raro: no habla. Lo tenemos acá en el depósito y nos da un poco de miedo de que se trate de un loco’, me contestaron.

De modo que mandé una patrulla con dos policías hasta el supermercado para que me trajeran a ese ladrón de chorizos.

Cuando lo vi entrar a la seccional 36 me di cuenta de que no se trataba de un delincuente. Yo los reconozco con apenas mirarlos a los ojos: éste era un tipo honesto.
– Al final, te van a abrir una causa por robar un chorizo – le conté.

Nada. El tipo no me contestó. Seguía allí sentado con sus manos sobre sus rodillas porque había pedido que le sacaran las esposas.

Mientras leía sus antecedentes me di cuenta de lo que sospechaba: el hombre estaba limpio, sin un antecedente.

-Bueno, pero al menos no tenés antecedentes así que no vas a quedar preso. Acá figura que sos tornero. ¿Andás sin trabajo?

Otra vez el silencio. Aunque en esta oportunidad no me miraba a los ojos sino que miraba al piso.

– Es una pena que no me contestés nada y también es una pena que, a partir de ahora, por el hurto de un chorizo insignificante, pasés a ser una persona con prontuario policial. ¿No vas a ensayar ninguna defensa?

– Hace tres meses que estoy desocupado; hace tres días que no como. Vivo solo y tenía hambre: en el supermercado me dio más hambre. Cerré los ojos y de pronto me estaba comiendo ese chorizo.

Historia aportada por el ex comisario Félix Villar, por entonces titular de la seccional 36 de Las Heras.

 

 

fuente http://www.losandes.com.ar/notas/2012/12/23/tres-delitos-insignificantes-terminaron-historias-insolitas-687349.asp