“Todos le ponen Brian, pero su nombre es Braian”, dice Elizabeth Hernández mientras despliega el rostro de su hijo con una remera que lleva el nombre de Braian. Por las dudas, también despliega otra igual, pero que dice Brian. Su problema no es el nombre sino la muerte de su hijo, de 14 años, y las controvertidas situaciones que tiene que enfrentar para lograr que el policía Claudio Fabián Salas, que lo mató el 19 de diciembre pasado en Neuquén, quede detenido para evitar que vuelva a mudarse a Chile a pasar la tormenta.

A la medianoche del 18 de diciembre, Braian había salido con seis amigos, todos de entre 13 y 14 salvo uno de 18, a pasear en el auto del padre de uno de ellos, una cupé Renault Fuego azul que habían tomado en secreto. Estaban de festejo. Durante la mañana Braian había pasado por una circunstancia única en su vida: había terminado la escuela primaria. De todas maneras, ante una bala policial el reclamo no requiere justificación, para reclamar no hace falta que haya sido abanderado. Sería como decidir quién merece ser víctima y quién es nada.

Alrededor de las 2.40 del 19, el patrullero JP 99 de la policía neuquina emitió un radio pidiendo colaboración para detener la misma coupé Fuego en la que viajaban los chicos. La describió y agregó que tenía vidrios polarizados y varias personas dentro. El JP 107, en el que viajaba el oficial Fabián Salas con la agente María Mardones y el chofer Fabio Portal, detectó la cupé. El patrullero quedó cruzado en la intersección de Casimiro Gómez y Lago Muster. Salas y Mardones bajaron. Pero el chico que conducía se asustó, esquivó el auto, subió a la vereda y aceleró. Salas apuntó a la luneta y disparó. La bala entró por la luneta y dio en la cabeza de Braian. “Como estaban apretados en el asiento de atrás –cuenta Elizabeth– todos sintieron un ruido pero no se dieron cuenta de qué pasaba”.

El auto, conducido por el adolescente de 18, se escapó y el JP 107 con Salas adentro lo persiguió. A las pocas cuadras el chico que conducía se detuvo. Inmediatamente llegaron los policías. Los chicos fueron arrancados del auto. Los de atrás, como se trataba de una coupé sin puerta trasera, no podían salir fácilmente. Los chicos declararon que Salas golpeó la luneta hasta romperla. Por allí arrancaron de los cabellos a uno de los chicos. De paso, destrozaba todo vestigio de prueba.

Mientras los sacaban, los chicos declararon que los arrojaron de cara al piso y no les permitieron mirar. Pero igual sostuvieron que Salas comentaba “maté un menor”. También dijeron que cuando los policías vieron a Braian llamaron una ambulancia, pero que antes de que llegara la ambulancia la radio de uno de los patrulleros preguntaba qué había pasado, Salas dijo que había habido una persecución y después pidió hablar por privado. Cuando se revisaron las conversaciones, esa parte de la grabación aparece borrada. Después, se escuchó que desde el comando decían “limpiame toda la escena”, que traducido vendría a significar “que se vayan los patrulleros”. A esa altura, “lo que llamaba la atención –señala Elizabeth– es que los patrulleros tuvieran la baliza del techo apagada”.

Los chicos fueron detenidos y recién alrededor de las 8 los empezaron a devolver a sus padres. Elizabeth recién se enteró de que su hijo había recibido un balazo policial en la cabeza después de reclamar en la comisaría y recorrer dos hospitales, hasta descubrir que se encontraba en terapia intensiva en el hospital Castro Rendón.

El primer fiscal que llegó a la escena fue Germán Martín, del fuero juvenil, subrogando a la fiscalía de Graves Atentados, que fue la que actuó. Martín llegó alrededor de una hora y media después de baleado Braian. La hora tiene importancia. ¿Por qué? Salas declaró que el fiscal llegó a los pocos minutos en lugar de la hora y media. En esos 90 minutos no blanqueados los policías tuvieron tiempo de poner en marcha su metier de escenógrafos: plantaron un revólver calibre .22 y redactaron el sumario en el que Salas reconocía haber disparado, entregaba su arma y se entregaba a la Justicia.

Con la intervención del juez Marcelo Muñoz se iniciaba el segundo paso naturalizado de la escenografía. Salas declaró que el parte radial alertaba que en la coupé estaban armados, aunque la desgrabación demostró lo contrario. También dijo que vio un arma, aunque el revólver hallado era negro, era de noche, y los vidrios eran polarizados. Sostuvo que vio un fogonazo y que disparó para proteger a su compañera. Ninguno de sus compañeros vio el arma ni el fogonazo mencionado. Mucho menos el sonido de un disparo.

Demás está decir que el revólver plantado no podía ser disparado. Los policías cayeron en otra contradicción. Según el uniformado que redactó el acta inicial, el arma fue hallada en el asiento del acompañante. Alguien sopló que Braian estaba en el asiento trasero, por lo que luego se corrigió, el arma fue hallada en el piso detrás del asiento delantero.

Nada de esto hubiera sido posible si el juez Muñoz no hacía una lectura que ni siquiera al acusado se le había ocurrido: el fogonazo que no produjo ruido podría haber sido confundido con la luz de un celular encendido. Dicho esto, y desmereciendo las declaraciones de los chicos, las pruebas, las imposibilidades y contradicciones del discurso policial, dictó una falta de mérito y Salas quedó libre. Al día siguiente, Salas se encontraba en Chile y el día en que fue citado no se presentó. Su abogado sostuvo que lo habían citado mal y que su dirección era la jefatura de Policía. Y Muñoz se fue de vacaciones.

El fiscal Máximo Breide Obeid, que reemplazó a Martín, apeló la decisión de Muñoz. El juez subrogante Marcelo Benavídes volvió a citar a Salas a la Jefatura y esta vez el acusado se presentó. No quedó detenido por la falta de mérito: deberá presentarse cada 15 días a decir que no se ha ido. Se aguarda el resultado de la apelación de Breide Obeid y Federico Egea, el abogado que acompaña a la familia junto a la ONG Zainuco. Por ahora, el acusado no tiene el menor motivo para fugar.

 

 

fuente http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-213192-2013-02-04.html