Desde hace muy poco, me encuentro leyendo un libro de un gran criminólogo llamado Nils Christie, que me recomendó leyera un colega amigo.
En una detenida y entretenida lectura, uno de los pasajes del libro, que me llamó notablemente la atención, trata sobre “La vieja escuela y la nueva”; dando el autor un ejemplo más que importante y que comparto con ustedes, especialmente con los docentes que deben conocer más que nadie esta problemática.
Dice textualmente el autor: “En mis días de escuela, un episodio se repetía una y otra vez. Lugar: el patio de la escuela. Tiempo: el recreo largo del mediodía, cuando el patio estaba lleno de niños. Episodio: se formaban algunos pequeños grupos de ellos. En segundos se multiplicaban. En medio de cada uno de ellos, uno podía observar, si se acercaba lo suficiente, a dos niños furiosos en fiera batalla. Pero no duraba mucho. El profesor pasaba por estos círculos, tomaba a los niños de la oreja y luego los llevaba a un supuesto destino terrible junto con el director del colegio. Hoy, ellos podrían ser llevados a la Policía, o la misma estar dentro del colegio”.
Este gráfico ejemplo, nos muestra cómo han cambiado los tiempos y, con ello, las formas de resolver los conflictos en el ámbito escolar.
Antes, las peleas se resolvían con los niños involucrados, los papás, el maestro y, si era necesario, el director del colegio, luego la cuestión terminaba allí, con buen diálogo y compromiso de todos.
Hoy, estos problemas se resuelven, lamentablemente, en la Justicia. Por supuesto, sin consecuencias penales al respecto, ya que en la mayoría de los casos (salvo excepciones), los conflictos no pasan de agresiones verbales o una que otra lesión derivada de alguna pelea, no obstante, he de aclarar que esto no significa que deba tolerarse la agresión verbal y física, y que, de ocasionarse, no tengan sus merecidos castigos, pero ¿es la Policía o la Justicia la que debe dar respuestas a estos pequeños conflictos?
Actualmente, estos conflictos escolares que llegan a la Justicia, son resueltos en una especie de instancia de mediación y buen diálogo entre el juez, los niños y los padres. Pero aquí mi preocupación al respecto. El niño o niña ya fue denunciado, fue citado por el juez de Menores, ingresó al mismo sistema penal que ingresan niños en conflicto con la ley y otros problemas sociales de extrema gravedad. En el círculo de amistad, o simplemente escolar de aquel niño, se comenzó a rumorear que al tener que ir al juzgado, ya es distinto, se lo mira diferente, es conflictivo, cometió un delito, es delincuente.
Ahora, ustedes se preguntarán por qué llego a esta conclusión, pues por una sencilla razón. No todos los conflictos en los que se encuentran involucrados niños, pueden resolverse en la Justicia Penal. La institución, o mejor dicho el sistema penal, se encuentra en una situación análoga a la del rey Midas. Todo lo que él tocaba, se convertía en oro y, como todos sabemos, se murió de hambre. Hoy también cabe reconocer que mucho de lo que el sistema penal toca, se convierte en delito y delincuentes; tal es el caso de la violencia escolar sin consecuencias graves o que aún ni siquiera han llegado a tales consecuencias, siendo de fundamental importancia el funcionamiento del campo de la prevención.
Estas diferentes concepciones que he planteado (La vieja escuela y la nueva), se ven reflejadas en el fuerte incremento de las denuncias a la policía por hechos de “violencia juvenil”, pero particularmente por casos no demasiado serios de violencia.
Por supuesto que tampoco se desconoce que los tiempos han cambiado y que más allá de que años atrás una pelea entre compañeros empezaba y terminaba en el patio del colegio; hoy el patio escolar puede llegar a ser un escenario virtual en el ciberespacio, donde la exposición y las consecuencias se multiplican y no se pueden terminar de medir ni calcular, apareciendo, en muchos casos, lo que hoy se conoce como bullying o el acoso escolar. No obstante, aún en estos casos ¿la solución debe ser penal?, la respuesta es negativa.
Un niño que se siente intimidado y maltratado por sus compañeros de forma repetida y sostenida, expuesto a agresiones físicas, verbales o sociales, es un niño en riesgo. El bullying es inaceptable, afecta tanto al niño acosado, al acosador y al espectador. No es «cosa de chicos», y desde ya que no es un juego, nadie lo niega.
En estos casos, detectado el acoso, será necesaria la intervención de los especialistas.
Sin embargo, no todo es bullying. Algunos conflictos entre niños son esperables y funcionan a manera de “laboratorio social”, ofrecen oportunidades para que nuestros hijos puedan desarrollar sus habilidades sociales y la capacidad para defender lo que piensan y sienten, para afirmarse y para fortalecerse.
En los casos de violencia escolar, tanto víctima como agresor, incluso espectadores, necesitan desarrollar las habilidades y recursos emocionales que les permitan abandonar relaciones conflictivas y encontrar maneras más sanas de resolver los problemas y generar así una convivencia más productiva, enriquecedora y feliz pero, para ello, también será necesaria la intervención de los adultos enmarcados en el espíritu de la tolerancia y no pretender que un simple conflicto se convierta en delito y su generador en delincuente.

 

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