Que la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) esté formando, desde hace tres años, a las futuras generaciones de licenciados en criminología y ciencias forenses de la región es una buena noticia. En lo fundamental, debido a que hoy más que nunca son diversos los aspectos vinculados con la seguridad pública que requieren de un aporte de esa disciplina social.

Es necesario que en contextos como el actual, signados por un cierto autoritarismo corrosivo, el pensamiento criminológico sea capaz de develar algunos de los entramados ideológicos que proponen las narrativas demagógicas o mediáticas de la cuestión criminal.

Vale recordar que uno de los puntos a tener en cuenta a la hora de revisar las políticas de seguridad pública tiene que ver con la definición de los problemas. Es decir, con ciertas circunstancias y coyunturas conflictivas irresueltas, cuyos efectos atañen a la mayoría de la comunidad.

Resulta indispensable que el problema no sea manipulado y convertido en amenaza. No se trata tan sólo de un detalle terminológico o un mero desplazamiento semántico. Ese paso, que a veces se opera con sutilidad y pasa inadvertido para el gran público, tiende a fortalecer la aplicación irreflexiva de políticas que poco favor le hacen a la prevención efectiva del delito.

El paradigma histórico de este equívoco enfoque en materia de seguridad pública lo constituyeron los escuadrones de la muerte del Brasil, que alentados desde el Estado tuvieron como blanco las manifestaciones de la pobreza callejera.

El desatino de convertir el problema «pobreza-desocupación» en una amenaza, y a los involucrados en «enemigos», no podía ser mayor en un subcontinente, como el latinoamericano, que cuenta con un elevadísimo índice de inequidad social.

En este punto hay que advertir que toda proclama de guerra, de toda cruzada o campaña, sea internacional o interna, contra el terrorismo o contra la delincuencia común, es precedida por un minucioso proceso de construcción de la identidad del otro.

Proceso que la sociología denomina «construcción de otredad negativa» y que suele conducir a la demonización del otro, a punto tal de ser degradado a la condición de sujeto exento de derechos. Y si ese otro resulta exhibido como un mal absoluto, pues entonces, de acuerdo con esa misma lógica, no cabe más alternativa que contar con medios extremos para su neutralización.

De allí el círculo vicioso de la violencia y su propagación en espiral: el Estado se mimetiza con la violencia real o simbólica de ese otro-negativo y termina, muy frecuentemente, superándola en crueldad. De ese modo, el círculo se reinicia una y otra vez.

Acaso el clima actual de desconfianza, miedo y exaltación en materia de represión penal constituya un logro político de quienes enmascaran la violencia como producto de tan sólo algunos actores sociales: los delincuentes comunes.

Así es que logran disimular las violencias generadas por el mismo funcionamiento del Estado. No solamente de la estructural, que permite que un número importante de argentinos sobreviva por debajo de la línea de la pobreza. Sino, también, de aquellas manifestaciones que se experimentan en las cárceles, comisarías y otros sitios de detención e internación, como resultan ser las salas de salud mental de los hospitales.

Entre tanto es posible advertir que una recurrente fascinación colectiva en torno a las formas más manifiestas de la violencia subjetiva, interpersonal, y tangible en su resultado, impide adentrarnos en los aspectos nucleares de otras modalidades menos evidentes.

Como si se tratara de una hipnosis colectiva, sólo rondamos alrededor de la sangre derramada sin percibir que ella puede tratarse del último eslabón de una cadena fenomenológica más larga y compleja.

La corrupción estatal y corporativa; los incumplimientos de las autoridades gubernamentales en torno a los derechos básicos de la población; las modalidades criminales perpetradas desde estructuras de poder; todas ellas invisibilizadas por las torpezas habituales de los mecanismos de persecución penal, guardan una razonable vinculación con el hecho criminal que veremos esta noche por televisión o mañana por la mañana en el periódico de lectura escogida.

¿No hay algo sospechoso y sintomático en este enfoque único centrado en la violencia subjetiva, es decir, en la violencia de los agentes sociales y de los individuos?

¿No llama la atención que todas las intervenciones sociales se dirijan exclusivamente a ellos, omitiendo cualquier referencia o acción respecto de las violencias estructurales, vertebrales, propias del ordinario funcionamiento de nuestras sociedades?

Se trata, por lo tanto, de alentar una reflexión criminológica que reconquiste espacios cognitivos paulatinamente cedidos a las manipulaciones electorales y, cuando no, a los gestores de una seguridad ilusoria.

 

(*) Juez Penal

 

http://www.rionegro.com.ar/diario/aportes-criminologicos-1414245-9539-nota.aspx