Publicado el 23/07/2012 – El 23 de enero pasado, Paul Howard Frampton, un prolífico físico teórico, mundialmente reconocido por sus trabajos sobre cosmología y sobre la naturaleza intrínseca de la materia o física de las partículas, oyó su nombre por altoparlante en el aeropuerto de Ezeiza. Llevaba, a esa altura, 36 horas deambulando por la estación aérea, después de haber pasado unos 10 días insólitos en La Paz, Bolivia.

Estaría fatigado –no es un pibe, tiene 68 años–, seguramente también sucio y mentalmente perturbado:

36 horas de espera en un aeropuerto pueden fulminar a cualquiera. ¿Qué hacía ahí como alma errante?

Esperaba que una mujer de fisonomía verdaderamente espectacular, a quien había creído conocer en un chat de Yahoo!, le mandara un boleto electrónico con destino a Bruselas, donde se iban a reunir cara a cara, luego de una frustrada cita romántica en Bolivia. El pasaje no llegaba y un amigo suyo que intuyó que estaba en peligro logró disuadirlo desde los Estados Unidos para que cambiara inmediatamente de planes y se olvidara de la chica. Por eso, cuando escuchó que lo llamaban, estaba a punto de abordar un vuelo que lo llevaría de regreso a Carolina del Norte –donde es catedrático distinguido en la Universidad– con una escala en Lima y otra en Miami. Empezaba de esa manera el «peor día de mi vida», como confesaría luego. Es que la valija que había despachado, y que creía vacía, tenía escondido en un compartimento secreto un paquete con 2,080 kilos de cocaína envueltos con papel de regalo. Es una cantidad suficiente como para 18 mil dosis. Fue así que el académico, que ha compartido trabajos con tres premios Nobel, terminó en el pabellón número 4 de la cárcel de Devoto, con otros 80 presos comunes. Y allí sigue, pensando en los agujeros negros del universo y de su propia existencia, lamentablemente muy lejos de las partículas elementales y del Gran Acelerador de Hadrones (la máquina de Dios), otro de los temas sobre los que estuvo elaborando hipótesis y publicando papers, aún detrás de estos infranqueables barrotes.

El selecto mundillo de los físicos, que está acostumbrado a debates abstractos que resultan incomprensibles, de repente se vio metido en un revuelo de naturaleza mundana y policial. Y a la par que celebraban los hallazgos sobre el bosón de Higgs –la primera partícula con masa considerada clave en el origen del Universo–, un núcleo de notables de esta ciencia («la ciencia de las ciencias», dicen a veces con cierta jactancia intelectual) se ocupaba también de mandarle –vía diplomacia de los Estados Unidos– una carta a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para que intercediera por la situación del desafortunado profesor.

Desde aquel fatídico día de su detención hasta ahora también han escrito al juzgado por lo menos tres premios Nobel con los que trabajó –Sheldon Glashow, George Smoot y Yoichiro Nambu–, así como decenas de académicos de todos lados. Su caso fue discutido –aunque con cierta sorna, hay que decirlo– en The Reference Frame, un blog que frecuentan los físicos de todo el mundo, porque en todas las grandes universidades, desde Oxford a La Plata, de Singapur a Princeton, se ha hablado –y se sigue hablando– de las desventuras del pobre Frampton. Cómo un hombre de carrera impecable terminó cayendo en una treta en la que suelen quedar atrapados tipos que están desesperados, son malandras o ignorantes es una cuestión que intriga de verdad a la justicia argentina.

Por algo le pusieron una caución de 1,3 millones de pesos y hasta el momento en que se escribe esta nota le había denegado a Frampton toda posibilidad de excarcelación, a pesar de que tanto la Universidad de Buenos Aires como en la Universidad Nacional de La Plata le hicieron propuestas de trabajo para que pudiera salir momentáneamente en libertad y, de paso, aprovechar su prolífico cerebro científico, que es algo excepcional.

Pero en Comodoro Py están convencidos de que alguien tan brillante como él no pudo no saber en qué se estaba metiendo cuando fue por voluntad propia a Bolivia a aceptar una valija ajena, durante una noche que él mismo describe como muy oscura. Una de las cosas que más desconcierta –dijeron las fuentes relacionadas con la causa– es el extraño periplo que hizo el profesor hasta el día en que lo agarraron en Ezeiza. Primero, fue de Carolina del Norte a Toronto. Allí no lo dejaron abordar el avión porque la compañía aérea se dio cuenta de que el pasaje había sido abonado con una tarjeta de crédito trucha, pero él aceptó esperar en Canadá hasta que llegara el pasaje «bueno».

A esa altura, él ya no se comunicaba con la chica, sino con su supuesto «agente», que lo terminó mandando a Santiago. Como llegó tarde a su conexión aérea con La Paz, ahí tuvo que esperar un par de días hasta enganchar su próximo vuelo. Permaneció 10 días en Bolivia –destino de la cita inicial con la chica de sus sueños–, sin quejarse del sorosche (el mal de alturas) sabiendo que ella no llegaría. Luego, por fin, Buenos Aires. No se tomó ni un taxi al centro, porque todas las oficinas de Western Union, la agencia a través de la cual le iban a mandar plata, estaban cerradas. Ya sabemos, iba a Bruselas, pero el ticket tampoco llegaba. Le ofrecían ir vía Madrid, pero él ya estaba cansado y ofuscado. En eso, el amigo de Estados Unidos le pagó el boleto de regreso a casa, que estaba a punto de abordar cuando pasó lo que pasó.

Hay otros elementos en la causa que contribuyeron a incrementar su infortunio y su permanencia en Devoto, dicen fuentes en la justicia. Uno es una serie de intercambios de mensajes de texto y correos electrónicos que Frampton tuvo estando en Bolivia con un amigo suyo, John Dixon, un físico que dejó la «gran ciencia» para convertirse en abogado de un estudio importante en Canadá. Últimamente, Frampton lo estaba ayudando para que regresara devuelta a la gran ciencia y por eso estaban en asiduo contacto.

Dixon le advirtió a Frampton sobre los peligros que corría por aceptar una valija que no era propia. Incluso le llegó a hablar del caso de Sharon Amstrong, la neozelandesa que está presa en Buenos Aires, y que había venido a buscar unos papeles para un hombre que había conocido en internet, que terminaron siendo un cargamento de cocaína. Frampton no hacía caso a lo que Dixon le decía y hasta se reía. Incluso llegó a mofarse de los perros que podrían olfatear su valija (usó el término «sniffer dogs») y hasta de lo que podría poder llegar a valer el hipotético cargamento que él asegura no saber que transportaba pero que era suyo.

Otra cosa que dejó mal parado a Frampton es que se negó a declarar tras el arresto, algo que –dicen las fuentes– hubiera hecho cualquier persona que se siente injustamente perseguida y es inocente. Pero Frampton no es como cualquier persona. Y ahí está el quid de la cuestión.

Quienes lo conocen bien no de ahora, sino desde hace más de cuatro décadas, dicen que el científico podrá ser muy bueno en su trabajo teórico, pero presenta serias dificultades para las relaciones sociales. Esa torpeza, que es de raíz emocional, lo convertiría en un peligro para sí mismo: no le permitiría discernir la complejidad del mundo, la existencia de la maldad y de las personas que la ejecutan. «He conocido pocos criminales en mi vida. He conocido gente que me ha robado las ideas, pero eso no es ilegal. Pero no he conocido nunca a gente que mienta sobre todo. Creo que no sabía que existía eso», le dijo después el profesor a Viva.

El incidente de Bolivia-Ezeiza es el más desastroso en el que se metió, pero no fue el único que lo tuvo al filo de la navaja. En otras dos oportunidades había corrido detrás de amores sacados de la web, que lo llevaron a confines como China a buscar una idea totalmente abstracta de mujer.

Y también lo habían estafado con bastante dinero, contaron los amigos de Frampton en Estados

Unidos y Canadá. Es difícil, sin embargo, cerrar el círculo de sus acciones en este caso. La primera que dio una explicación convincente de por qué habría caído como un chorlito en una situación tan llena de señales evidentes de alerta, fue su propia ex mujer, Anne-Marie, una aficionada a las ciencias, con quien estuvo casado entre 1993 y 2008, hasta que ella perdió la paciencia y se divorciaron.

Con un tono de desesperación inocultable, la mujer prácticamente monologaba por el teléfono. «El tiene una inteligencia que no se aplica a las relaciones con la gente, pero sí a los números», decía. «Tiene una edad emocional de un niño de tres años. Lo único que le preocupa es hacer el trabajo de físico. No entiende las conexiones con la gente. Lo único que entiende es de ciencia. No se relaciona con la gente ni muestra emociones. Los mejores científicos del mundo son así. Mucha gente se preocupa por él, pero él no necesita amistades cercanas, porque no puede establecer esas amistades. Eso no existe en su mente. Es muy naïve».

La psiquiatría tiene un nombre para lo que Anne Marie describe de su ex. Se llama trastorno de la personalidad esquizoide. Bobby Fischer, uno de los ajedrecistas más famosos de todos los tiempos, lo padecía y terminó como Frampton, perseguido por la justicia, aunque por violar un embargo cultural contra la ex Yugoslavia. El DSM-IV, que es el manual de diagnóstico y de estadísticas mentales de la Sociedad Americana de Psiquiatría, dice la persona que padece este trastorno escoge actividades solitarias, tiene escaso o ningún interés en experiencias sexuales, disfruta con ninguna o poca actividad, no tiene amigos íntimos más allá de la familiaridad de primer grado, se muestra indiferentes a los halagos o a las críticas de los demás. El sujeto puede tener un gran desarrollo, incluso uno brillante, en alguna área que no esté afectada a los sentimientos, a la sociabilidad y a la afectividad. Pero eso lo hace muy vulnerable a la comprensión de la complejidad de las relaciones humanas. Son carencias que lo instalan para circular en el mundo con una vulnerabilidad extrema. Por algo, los físicos que lo conocen le dicen en la carta a la Presidenta que Frampton es como Don Quijote, un hombre que no puede distinguir la ilusión de la realidad. Una ilusión que lo llevó a correr el riesgo de recibir una pena de entre 4 años y medio y 16 de cárcel por un delito que dice, jura, que no sabía que estaba cometiendo, mientras era manipulado por una organización criminal internacional de narcos. Temible.

Día 137

“Hace 137 días que estoy aquí”, dijo Paul Frampton la primera vez que Viva habló con él. Su acento inglés era más clarito de lo que me había imaginado. “El 137 es un número muy famoso para la física. ¿Quiere saber por qué? Uno sobre 137 es la carga eléctrica sobre un electrón. ¿No es interesante eso?”. Usted puede encontrar una relación con la física en todo lo que le pasa aquí…”

Cuando no está pensando en física (escribió por lo menos dos papers estando en la cárcel, uno en colaboración con un alumno suyo de la Universidad de Vanderbildt), Frampton habla por teléfono usando tarjetas pagas. Hace llamados aquí, a los Estados Unidos… Visitarlo en la cárcel resultó una tarea imposible, porque el papelerío para la entrevista se perdió cuando la causa pasó de un tribunal penal y económico a un tribunal oral. Durante las conversaciones telefónicas, se escuchaban ruidos de background de la cárcel: el grito de los goles de la copa Europa o música fuerte. Durante todas las semanas que hablamos, estuvo tosiendo. La última vez, días antes del cierre de esta nota, su condición física se había deteriorado. Había sido llevado a Tribunales y estuvo diez horas en sus temibles y fríos calabozos, sin abrigo. “Violaron mis derechos humanos”, se quejó.

Fue en una de esas últimas charlas que por fin reveló el nombre de la chica que fue su perdición, algo que les había negado a otros periodistas extranjeros que hablaron con él, acaso por vergüenza. Se llama Denise Milani. Tiene 54 años menos que él. Es una modelo checa, según varios sitios en la web. Frampton estaba fascinado por el enorme tamaño de su busto y su cinturita mínima de electrón, una ecuación increíble. Creyó haber estado hablando con ella desde el 7 de noviembre hasta el 23 de enero. La había “conocido” en un sitio llamado Mate1.com. Ahora, claro, cree que nunca existió ese contacto online con ella. Que era un él. Un estafador (“the scamer”, según dice).

-¿Por qué una persona joven querría pagarle un pasaje y un hotel, y no al revés?
Creo que pensé que esta mujer tenía mucho dinero. Me dijo que le pagaban millones de dólares para hacer lo que ella hace (posar en bikini).

-¿Nunca le pareció que había cosas incoherentes en la conversación?Tal vez tendría que haberme dado cuenta. Pero el estafador era muy bueno. Muy inteligente, creo. Nunca pensé que esa profesión existiría. Está basada en una total deshonestidad, por supuesto. Tengo que admitir que por 11 semanas, desde el 7 de noviembre al 23 de enero, creía que estaba chateando con una mujer, una mujer atractiva, y sí, le expliqué que mi clase (en la universidad) se había cancelado, que tenía una semana o dos en las que podría reunirme con ella.

-¿No le pareció raro que lo invitara a encontrarse en Bolivia?
Pensé que era un país con mano de obra barata. Esta mujer se especializa en que le tomen fotografías en diferentes lugares. No me sonó raro en el sentido que usted le da. Pensé que yo iría allí y que ella regresaría al lugar donde vivo conmigo en un par de días. Esa fue la idea. ¿Por qué me quedé por muchos días? Estaba trabajando en un hotel. Claro que tenía internet, una computadora, teléfono… era todo lo que necesitaba para estar en contacto con el mundo. No me importa mucho donde esté. Yo estaba en un buen sitio para trabajar en ese momento. Creo que dejé el hotel un par de veces en los 10 días que me quedé. Estaba trabajando y esperando para ver cuál era el próximo paso. Yo había llegado tres días tarde a La Paz porque hubo una confusión con los pasajes de avión. Tal vez me tendría que haber dado cuenta de que había algo raro.

-Llegó a Toronto y no pudo viajar porque el pasaje había sido pagado con una tarjeta trucha…
Pero después la reemplazaron con una buena tarjeta…

-¿Se acuerda quién le dio la valija?
Estuve con esa persona un minuto. Estaba oscuro. Era hispano, creo. Podría haber tenido entre 30 y 50 años. No lo reconocería. La prueba de mi inocencia está en un mensaje del 20 de enero, en el que el estafador me pide que baje a la entrada del hotel y reciba una valija.

-Usted tenía un amigo en Canadá que le advirtió no llevar ninguna valija que no le perteneciera…
Sí. John Dixon. Vea, yo no lo tomé a él seriamente en el momento. No se me ocurrió que fuera relevante para mí. Hay un par de mails que pueden ser interpretados como chistes. Pero suenan mal, claro.

-En la fiscalía no sabían eso…
Tienen que entender mi personalidad. Si John Dixon no hubiera dicho nada no se me hubiera ocurrido (lo de la droga). Pero eran chistes.

-¿Por qué le interesaría a una chica como esa reunirse con un viejo profesor de física?
Ella dijo que a ella le gustaban hombres mayores y que estaba cansada de las sesiones de fotografía.

-Y usted le creyó…
Obviamente le creí. El era muy inteligente. Antes del 23 de enero era ella y después de un par de semanas de estar pensando en todo esto, se convirtió en él: en el criminal. Ella me preguntó si podría estar orgulloso de alguien como ella. Fue bastante convincente.

-¿Por qué se quedó en Bolivia, aun sabiendo que ella no estaría allí?
Llegué a Santiago un lunes, pero el primer vuelo que pude abordar hacia La Paz fue un miércoles. Me enteré de que no estaba allí el miércoles. En ese momento, me tendría que haber vuelto a los Estados Unidos. Pero yo siempre me propongo completar mis proyectos, como lo hago con mis papers de física. Ella era mi proyecto.

Frampton tiene defensores oficiales. Ya han pasado tres por su causa, con lo cual es difícil entender cuál será la estrategia en el juicio. En algún momento, se ordenó que se le hiciera una pericia psicológica, en la que diagnosticaron su trastorno. Dijo sobre esto: “La manera en la que había pensado previamente en mí es que la parte izquierda de mi cerebro es demasiado fuerte y domina mi lado derecho. Mi lado izquierdo es el racional, el lógico, matemático, científico… Mi lado derecho es el emocional, y para las relaciones interpersonales. Mi lado izquierdo siempre ha dominado mi lado derecho. Tal vez es la razón por la cual soy tan bueno en mi profesión. Creo que me la pasé demasiado tiempo haciendo física”.

El profesor se consideraba más inteligente que Newton. Hasta lo escribió en un paper, que lo dejó en ridículo ante los pares que ahora lo tratan de ayudar. No sé si su autoestima sigue tan alta. Su humor es variable. A veces está desesperado, pero después me reta porque no soy lo suficientemente optimista sobre su situación. Se hizo una rutina de trabajo, junto a su cama, en la cocina… Sólo espera no morirse por una enfermedad pulmonar antes de poder salir.

 

fuente http://elliberal.com.ar/ampliada.php?ID=52012