Me invitaron a un panel sobre Derechos Humanos que se llevó adelante en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNCpara ingresantes a todas sus carreras. Me sorprendió que, pese a la agobiante humedad, la Sala de las Américas del Pabellón Argentina se encontraba casi repleta de estudiantes.

Luego de plantear algunas tensiones entre la aplicación del Código de Faltas y los Derechos Humanos, y de escuchar atentamente a al resto de los panelistas, se abrió el micrófono a los miembros del público para preguntas, aportes y opiniones.

Una pregunta formulada por escrito captó nuestra atención: “¿Por qué siempre hablan de los Derechos Humanos de los Delincuentes?”

Si bien fue una pregunta políticamente incorrecta merece especial atención, pues lejos de ser un interrogante aislado es claramente un tema recurrente tanto en los espacios académicos como en los medios de comunicación y en las charlas de café.

Como pregunta habitual, su respuesta merece también ser amplificada. Ensayaremos algunos argumentos.

 

¿Sólo es víctima el inocente?

Existe una operatoria discursiva bastante perversa en confundir la palabra víctima con la palabra inocente. Así, pareciera que sólo pueden ser víctimas quienes son completamente inocentes. De esta forma, es más fácil proteger los derechos de quienes, totalmente inocente, nada hicieron para ponerse en el rol de víctimas. Por ejemplo, es menos incómodo proteger a las ballenas, seres totalmente inocentes frente a actos de crueldad humana, que proteger los derechos de una persona sometida a un juicio penal.

Dicha construcción simbólica establece sentidos jerárquicos de la vida “protegible”: sólo pueden ser víctimas aquellas personas totalmente inocentes. El valor de la vida también se relaciona con el valor de la muerte: hay muertes que merecen ser lloradas, y otras que no.

Quienes se quejan de la protección de los Derechos Humanos de los delincuentes, sostienen entonces, que la vida de esas personas merece menor protección.

Pero en Democracia todas las vidas humanas deben tener el mismo valor, pues los Derechos Humanos no dependen de ninguna acción para su merecimiento, se los tiene porque son conquistas históricas frente al poder público, y porque su respeto evita las masacres.

La pregunta central es si la igualdad es o no un deseo. Si todos somos iguales ¿no nos merecemos todos los mismos derechos? ¿O depende de lo que hagamos para que se nos garanticen? Responder negativamente la primera afirmativamente la segunda pregunta es éticamente inaceptable y democráticamente inviable. El argumento de no respetarle derechos a quien no los respetó no es plausible porque la obligación del Estado de garantizar los Derechos Humanos no puede supeditarse a la conducta del autor. Una de las mayores virtudes de los Derechos Humanos es que no se merecen, sino que se tienen independientemente del comportamiento. No se otorgan, se conquistan y no dependen del capricho de nadie para su disfrute.

Esto no significa que el Estado no deba velar también por los derechos de las víctimas de los delitos. Pero dicha acción no se contrapone a brindarle protección a quien se encuentra acusado o condenado por un delito.

 

¿Qué es un delincuente?

Podríamos definir ‘delincuente’ como aquella persona que cometió un delito. Sin embargo, existen tres motivos importantes para relativizar su uso.

El primero es el estancamiento en el tiempo de una acción. Podría pensarse que más que un delincuente es una persona que cometió un delito.

José Pablo Feimman, en el libro ‘La Sangre Derramada’, nos trae un ejemplo muy gráfico al respecto: si Juan se emborrachó en la navidad de 1984, esa acción no lo definiría como ‘el borracho de la navidad del 84’ para siempre. En otras palabras “Nadie es uno de los actos en su vida. Por horrendo o santo que haya sido. Ningún acto nos define para siempre”.

Adjudicar la identidad (deteriorada) de delincuente a una persona, sería inmortalizar la complejidad de su vida en uno solo de sus actos. Seguramente, además de delincuente, es padre, hijo, vecino, ciudadano, jugador de naipes, escritor, y otros tantos roles.

El segundo motivo de la arbitrariedad de la palabra delincuente es su uso selectivo. En la Cátedra de Criminología de la Facultad de Derecho solemos hacer con los alumnos un ejercicio. Ellos anotan de manera anónima en un papel todos los delitos que han cometido, y si han sido perseguidos por la justicia. Luego los leemos en voz alta. Para la sorpresa de muchos, ningún alumno entrega los papeles en blanco. Todos, sin excepción, han cometido alguna vez en su vida un delito. Fotocopiar libros con derecho de autor, tener y ver películas grabadas, infringir la ley de estupefacientes, amenazas, lesiones leves, daño, robo de cable, son los más comunes. Ningún estudiante entrega el papel en blanco, pero ninguno fue perseguido por la justicia. Lo interesante del ejercicio que es no se auto-perciben como delincuente sino como estudiante de derecho pese a haber cometido delitos.

El ejercicio bien podría reproducirse al resto de la sociedad.

Todos podrían ser estigmatizados como delincuentes, sin embargo, la palabra tiene una connotación negativa y un uso selectivo aplicable solo a algunas personas, aquellas que parecen no merecer Derechos Humanos.

Si todos hemos cometido algún delito en la vida, parece obvio que los derechos humanos deberían garantizárseles a los delincuentes, es decir, a todos.

Por último, la palabra delincuente ha tenido una variación témporo-espacial muy grande. Las brujas durante la inquisición podrían ser consideradas delincuentes, así como los anarquistas de principios del siglo XX en Argentina, los “subversivos” en los 70’ o los gay en Uganda. La definición de delincuente – como toda definición – es un acto del poder, y el poder así los define porque le molestan.

Un abogado defensor, no ser declarado culpable antes de la sentencia, no ser torturado en los lugares de encierro, un juez imparcial, no estar preso hasta la condena, tener condiciones dignas de los lugares de encierro entre otros, son derechos básicos reconocidos por la Constitución Argentina de 1853. Pese a los avances en ciento sesenta años de historia desde entonces, falta mucho camino por militar para que los derechos insertados en el texto constitucional sean plenamente reconocidos.

Una de las tantas tareas de los Derechos Humanos es la lucha contrahegemónica contra el poder que busca la eliminación de los indeseables. La historia es testigo de cuáles fueron las consecuencias de un Estado que a cualquier precio en busca de un fin, se “olvidó” de los Derechos Humanos.

Pero los Derechos Humanos son tan vastos y comprensivos que no solo implican derechos y garantías frente al poder punitivo. También implican la libertad de poder hacer preguntas políticamente incorrectas e incluso, poder disfrutar y disentir en una universidad pública y gratuita, así que, bienvenido al debate.

 

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