El Papa aprovechó ayer una audiencia privada con 30 juristas de las cinco asociaciones más importantes sobre derecho penal y criminología del mundo para cuestionar la pena de muerte, el descontrol de los sistemas carcelarios, el abuso de la prisión preventiva, las ejecuciones extrajudiciales y la corrupción pública. El mensaje fue leído por Francisco ante los asistentes al primer Encuentro Mundial de Juristas, que concluyó ayer en Roma. Se trató de un documento virtualmente consensuado entre el jefe de la Santa Sede y los expertos convocados, luego de un discreto intercambio que comenzó en junio, cuando decidió invitarlos al Vaticano. En el documento, al que accedió este diario, Jorge Bergoglio también se despachó contra la superpoblación carcelaria y las torturas policiales dentro y fuera de los presidios, pero apuntó especialmente contra «el papel de los medios y de algunos políticos inescrupulosos», a quienes acusó de presionar a jueces y funcionarios para ceder ante «pulsiones vindicativas que ellos fomentan en las sociedades».

La cita, bautizada G5Penal+1, concentró a cinco asociaciones compuestas por los conglomerados académicos jurídicos más antiguos del siglo XX, aunque en esta oportunidad también sumó a la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología, presidida por dos argentinos: el juez de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni y Roberto Carlés, coordinador de la Comisión para la Reforma del Código Penal y organizador del encuentro.

El análisis que el Papa construyó con los juristas sostiene que «la realidad muestra que el hecho de que existan medios legales y políticos para afrontar y resolver conflictos interpersonales, no garantiza que unos pocos individuos al alcance de la mano no sean responsabilizados por los problemas de todos«.Esa estigmatización, que afecta a la población más pobre, generó un fenómeno que Francisco llamó «neopunitivismo y populacherismo penal», que «se ha expandido en las últimas décadas» a partir de «la creencia de que a través de la pena pública pueden resolverse los más diversos problemas sociales», como si «para las más diversas enfermedades se nos recomendase la misma medicina».

A esta situación, abundó, «se suma el creciente desprecio público, fomentado por los medios masivos de comunicación por el saber de los especialistas y por todo dato de la realidad que permita conocer el problema que se pretende solucionar». Esa dinámica mediática, leyó Francisco, permite la construcción de enemigos, dentro de una verdadera búsqueda de «chivos expiatorios para que paguen con su libertad y su vida por todos los males sociales». Se trata, siempre según el documento, de una creación de enemigos «que concentran en sí todos los caracteres que la sociedad puede percibir o interpretar como amenazantes», dentro de una dinámica, alimentada por los medios, que tiene «los mismos mecanismos de construcción que permitieron la expansión de las ideas racistas y judeófobas que eclosionaron hacia fines del siglo XIX».

Además de apelar a medios, periodistas y políticos, el documento también apuntó a los jueces, dentro de un sistema penal que consideró descontrolado y que «abandona su función meramente sancionadora, y avanza sobre las libertades y derechos de las personas, sobre todo de las más vulnerables, en nombre de una finalidad preventiva cuya eficacia, hasta el momento, no se pudo verificar ni siquiera para las penas más graves, como la de muerte».

«Es imposible imaginar que los Estados no puedan disponer de otro recurso que no sea la pena capital», leyó Francisco, y denunció que «los Estados matan no sólo por medio de la pena de muerte y de las guerras». También por medio de «ejecuciones extrajudiciales», que definió como «homicidios deliberados cometidos por los Estados y sus agentes».

«Otra forma de tortura es la que se aplica a través del encierro en cárceles de máxima seguridad», aunque «también se verifica en todo tipo de establecimiento penitenciario, junto con otras formas de tortura física y psíquica», denunció Bergoglio. Y apuntó a «los modernos campos de concentración» y a las cárceles, institutos de menores, manicomios, asilos y comisarías.

El Papa se refirió a los «traslados ilegales hacia centros de detención y tortura», una alusión a los acuerdos entre EE UU y Europa, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, para el uso del espacio aéreo para llevar detenidos de Oriente Medio a Guantánamo. Dijo que «el corrupto no percibe su corrupción» como quien tiene mal aliento. Y que el castigo penal es selectivo, «como una red que atrapa sólo a los peces pequeños, mientras deja a los grandes libres en el mar».

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