“EL TEMOR A LA INVASIÓN”: EL MIEDO AL INMIGRANTE PARA LEGITIMAR EL ESTADO

En el mundo de la era de la globalización y del neoliberalismo triunfante, el papel del Estado nacional es cada vez menor. El Estado social está siendo desmontado y con él se está perdiendo la principal base sobre la que se erigía su legitimidad. Los gobiernos necesitan un nuevo relato para justificarse ante su población, y ese nuevo relato es el de la seguridad. El eminente sociólogo Zygmunt Bauman analizó este proceso en su libro “Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias”, y apuntó directamente a la clave: “Debe haber tensión; cuanta más, mejor”.

African migrants sit on top of a border fence between Morocco and Melilla

Cada día los medios de comunicación ofrecen imágenes de grupos de jóvenes africanos desesperados que se abalanzan hacia las vallas que rodean Ceuta y Melilla, poniendo en riesgo sus propias vidas. A pesar de la compasión que deberían despertar estas imágenes, desde hace meses el contenido de las noticias que las acompañan es inequívoco: aprovechando su tremenda carga emocional, se habla de “asalto” (755.000 resultados encontrados en Google), “avalancha” (279.000 resultados), incluso de “invasión” (132.000 resultados).

Lo que es una huída desesperada de la miseria por parte de personas harapientas y desarmadas, es transmitida como un asalto frontal de carácter prácticamente militar. Incluso la muerte de un pequeño grupo indefenso que trataba de entrar a nado a Ceuta por los disparos de la policía se justifica, en cierta manera, como una acción en defensa propia por parte de unos funcionarios sometidos a una altísima tensión debido a los reiterados “asaltos” a la frontera.

Las vallas de Melilla y Ceuta adquieren la cualidad de muros protectores, al estilo del Limes romano que protegía al imperio de las incursiones bárbaras. Mientras, se habla de reforzar la seguridad, de cuchillas en las vallas, de incrementar el presupuesto para la vigilancia de las fronteras, de soberanías, en vez de ayuda humanitaria, asilo y solidaridad. ¿Por qué?

El sociólogo Zygmunt Bauman analizó hace una década este fenómeno y publicó sus conclusiones en el libro “Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias”. Según Bauman este discurso de alerta ante una amenaza es consecuencia de la debilidad del Estado. Paradójicamente, mientras más imágenes de las vallas y de policías armados se publican en los medios de comunicación, más contundentemente está el Estado mostrando su debilidad y su muerte lenta en la era de la globalización y del neoliberalismo hegemónico.

libro “Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias”

Vulnerabilidad e incertidumbre

Bauman parte de la base de que “la vulnerabilidad y la incertidumbre humanas son la principal razón de ser de todo poder político; y todo poder político debe atender a una renovación periódica de sus credenciales”. Durante gran parte del S. XX la legitimidad del Estado descansaba en la lucha contra esa vulnerabilidad e incertidumbre, proporcionando una cobertura social para la población. Es decir, los sistemas de poder eran aceptados en tanto y en cuanto eran capaces de proporcionar seguridad personal y material a sus ciudadanos. Sin embargo, en las últimas décadas, según Bauman “el Estado contemporáneo tiene que buscar otras variedades, no económicas, de vulnerabilidad e incertidumbre en las que hacer descansar su legitimidad”.

La causa es la globalización y el lento pero imparable proceso de vaciamiento del Estado nacional. Los gobiernos nacionales están dejando de serlo en el contexto global y están perdiendo poder a favor de  los mercados y otros elementos del capitalismo transnacional que, gracias a la hegemonía neoliberal, pueden ignorar las fronteras y a los propios estados, que quedan desarmados ante los deseos y necesidades del capitalismo global. El Estado ha perdido su soberanía.

Como consecuencia de esta pérdida de soberanía, el Estado es débil y ya no tiene la fuerza de antaño para imponer un marco legal y administrativo enfocado en la búsqueda de seguridad de sus ciudadanos, por lo que abandona el terreno desmantelando el Estado social y desregulando el mercado laboral, convirtiendo la sociedad cada vez más en una jungla en la que predomina el miedo a la vulnerabilidad e incertidumbre que precisamente el Estado debería combatir.

El Estado ya no se siente responsable del bienestar de sus ciudadanos. Según Zygmut Bauman”se lava las manos ante la vulnerabilidad y la incertidumbre que dimanan de la lógica (o falta de lógica) del libre mercado, redefinida ahora como un asunto privado, una cuestión que los individuos han de tratar y hacer frente con los recursos que obran en su poder”. Y esa retirada del Estado como protector tiene sus consecuencias en su legitimidad ante los ciudadanos, ya que “estas tendencias “socavan los fundamentos en los que se apoyaba cada vez más el poder estatal en los tiempos modernos, reivindicando un papel crucial en el combate contra la vulnerabilidad y la incertidumbre que perseguían a sus súbditos”, explica el autor.

Un nuevo objetivo

Sin una red social protectora, los gobiernos necesitan convencer a sus ciudadanos de que sirven para algo. Se produce un cambio de objetivo que Bauman describe de la siguiente manera: “Despojados de gran parte de sus prerrogativas y capacidades soberanas, en virtud de las fuerzas de la globalización que son incapaces de resistir, y menos aún controlar, los gobiernos no tienen más opción que la de “seleccionar cuidadosamente” objetivos que pueden (verosímilmente) dominar y contra los cuales pueden dirigir sus salvas retóricas y medir sus fuerzas mientras sus agradecidos súbditos oyen y ven cómo lo hacen”. Es por ello que “los gobiernos de hoy en día (nacionales, redefinidos como locales en la era de la globalización) están buscando esferas de actividad en las cuales poder afirmar su soberanía y demostrar en público, y de manera convincente, que así lo han hecho”.

Esas nuevas ‘esferas de actividad’ para afirmar la soberanía han sido encontradas en la seguridad personal: “Amenazas y miedos a los cuerpos, posesiones y hábitats humanos que surgen de las actividades criminales, la conducta antisocial de la ‘infraclase’, y el terrorismo global”, a la que hay que sumar la amenaza de una ‘invasión’ de los inmigrantes.

Determinado el nuevo espacio (la seguridad personal frente a la antigua seguridad social), se trata ahora establecer un nuevo objetivo, que según Bauman es “inspirar un volumen de ‘temor oficial’ lo bastante grande como para eclipsar y relegar a una posición secundaria las preocupaciones relativas a la inseguridad generada por la economía, sobre la cual nada puede ni desea hacer la administración estatal”.

Es decir, hoy es más sencillo para el Estado luchar contra terroristas (que no derrotarlos), colocar una valla y armar a policías fronterizos, que imponer un derecho laboral respetuoso con los intereses de la mayoría de los trabajadores o tratar de recaudar impuestos entre la minoría multimillonaria del país que atesora sus fortunas en paraísos fiscales.

Por lo tanto, de un Estado que se legitimaba en la protección social de sus ciudadanos, en la era de la globalización neoliberal hemos pasado a un Estado que se legitima por la protección personal de sus ciudadanos. Para justificar la seguridad personal se crea previamente una demanda de protección provocando un estado de alarma por la amenaza de un supuesto peligro exterior, que a su vez sustituye la sensación de vulnerabilidad e incertidumbre provocada por el desmantelamiento del Estado social.

La cuestión ahora es, ¿por qué se utiliza a los inmigrantes como causantes de ese “temor oficial” para justificar la actuación estatal?

Residuos de la globalización

Zygmunt Bauman escribe que el mundo contemporáneo es un mundo en el que se corre el riesgo constantemente de quedarse excluido, convertido en residuo. Como consecuencia de la voracidad consumista, no existe ya concepto de perdurabilidad. Todo es efímero, fútil. Lo nuevo de hoy se convierte en obsoleto inmediatamente, con la intención de consumir enseguida el nuevo artículo, desechando el anterior.

Lo mismo ocurre con las personas. Mientras que anteriormente existía un concepto inclusivo del Estado, en el que el objetivo era no dejar fuera a ningún individuo (tampoco los sistemas totalitarios en un sentido de control y opresión), el Estado hoy es cada vez más excluyente. El sentido del Estado social era ayudar a no dejar caer a nadie fuera del sistema. Por ejemplo, los parados se veían como parte de la sociedad productora y su situación de desempleo era considerada pasajera, algo temporal, aliviada por el seguro del paro hasta su reincorporación al grupo de los productores cotizantes.

Hoy, en cambio, si se considera que no se sirve ni como productor ni como consumidor (generalmente como consecuencia de lo primero), se es excluido del sistema y penalizado con mayores dificultades que, a su vez, suponen obstáculos insalvables para recuperar el status perdido. Es decir, si se pierde el empleo, se pierde poder adquisitivo y se pierde capacidad de consumo. Si no se consigue recuperar pronto la posición anterior, se cae en la exclusión. Es lo que les ocurre a las personas mayores de 50 años que son despedidas, a los pensionistas que ven como menguan sus ingresos, y a los trabajadores en paro de larga duración afectados por la crisis económica.

Y a los inmigrantes que provienen de los países afectados por los procesos de modernización, brutales y despiadados, que provocan la expulsión de la mano de obra sobrante que no ha podido reubicarse tras la destrucción de las economías tradicionales. Según Bauman, esos procesos se dieron en Europa hace un siglo, pero entonces existían “lugares vacíos” en el mundo (con permiso de los indígenas) con capacidad de absorber el flujo de migraciones. Hoy esos “lugares vacíos” no existen, y los emigrantes se encuentran atrapados. “Refugiados, desplazados, solicitantes de asilo, emigrantes sin papeles, son todos ellos residuos de la globalización”, explica Bauman.

Al llegar a los países “desarrollados”, provocan incomodidad y desconfianza entre la población autóctona, sometida a su vez a fuertes tensiones sociales por el desmantelamiento del Estado social y la incertidumbre provocada por el libre mercado. “Para quienes les odian y detractan, los inmigrantes encarnan –de manera visible, tangible, corporal- el inarticulado, aunque hiriente y doloroso, presentimiento de su propia desechabilidad”, escribe Bauman.

Los inmigrantes llegan en un momento perfecto para los gobiernos, deseosos, como hemos visto, de redefinir su papel y de reorientar “las preocupaciones explosivas por la seguridad (que) ya se habían ido almacenando en virtud de la retirada progresiva, lenta pero constante, del seguro colectivo que solía ofrecer el Estado social, así como de la rápida desregulación del mercado laboral”.

Así, afirma Bauman, “reinterpretados como un “peligro para la seguridad”, los inmigrantes ofrecían un útil foco alternativo para las aprensiones nacidas de la súbita inestabilidad y vulnerabilidad de las posiciones sociales, y, por consiguiente, se convertían en una válvula de escape relativamente más segura para la descarga de la ansiedad y la ira que semejantes aprensiones no podían por menos de suscitar”.

Es por todo ello que la imagen de un grupo de africanos asustados y desorientados, subidos a las vallas de Ceuta y Melilla y rodeados por cientos de policías, es considerada una amenaza para nuestra seguridad, y no una escena lamentable que debería provocar la compasión del Estado y la solidaridad de la sociedad.

Artículo del columnista del Blog Ssociologos: Michael Neudecker