En este día muy especial para los niños, nada más y nada menos que su día, creí que la elaboración de la columna debía ser sobre ellos, pues como juez tengo la dicha de trabajar con quienes son el reflejo de la bondad olvidada de los adultos; “los niños”.
Hoy es un día muy especial, es simplemente el “Día del Niño”, de todos los niños, sin distinción de condición alguna; no obstante, la dura realidad de nuestro mundo nos muestra que no todos los niños pueden tener “un Día del Niño”.
El mejor regalo para los niños es vivir en un mundo apropiado, esto es, un mundo en el que todos los niños adquieren la mejor base posible para su vida futura, tengan acceso a una enseñanza básica de calidad, incluida una educación primaria obligatoria y gratuita para todos, y en el que todos los niños, incluidos los adolescentes (pues no dejan de ser niños), disfrutan de numerosas oportunidades para desarrollar su capacidad individual en un entorno seguro y propicio.
A ese entorno lo constituye “la familia”, “los padres”. Sin embargo, reconozco que un número considerable de niños vive sin apoyo de sus padres, como los huérfanos, los niños que viven en la calle, los niños que son desplazados internos y refugiados, los niños víctimas de la trata y de la explotación sexual y económica, y los niños encarcelados; todos ellos son niños y, en un mundo apropiado, tienen derecho a tener su “Día del Niño”.
Hoy deseo poner un especial énfasis en todos aquellos niños que en su día no se encuentran en iguales condiciones que otros niños para poder disfrutarlo, pues, precisamente, en estos momentos hay niños en guerras, niños pobres en la calle, niños de nuestras comunidades ancestrales olvidados, niños enfermos en hospitales, niños maltratados, explotados, ultrajados, encarcelados, etcétera. A ellos también debemos recordar y proteger, pues son niños independientemente de sus adversidades y miserias. Este día se celebra el día del niño, una festividad internacional cuyo fin es hacer conciencia de la importancia de la niñez en el desarrollo humano, en general, del mundo. Pero analizarlo desde una perspectiva global no ayuda a comprender el significado de esas buenas intenciones; nos olvidamos en demasiadas ocasiones de un viejo axioma: los dramas sociales y humanos son más importantes conforme estemos más cerca de ellos. Es necesario ver alrededor nuestro para comprender muchas realidades, entre ellas la de los niños, sobre todo en un país donde el número de ellos tiene relación directa con la paternidad irresponsable.
Si hoy en día existen niños que no tienen posibilidad de gozar plenamente de su día “todos en alguna medida somos los responsables”. Recordamos una frase que es sumamente ilustrativa en esta reflexión: “Los chicos no inventaron el mundo, lo encontraron hecho y no muy bien” (Elías Neuman). Efectivamente, los niños no tienen la culpa de lo que los adultos no hacemos demasiado bien, sin embargo, si cargamos nuestras falencias a los niños y ellos pagan con su inocencia nuestros fracasos ¿es esto justo? Por supuesto que no, pero lo naturalizamos.
Existe una infancia “invisible” caracterizada por quienes tienen privaciones y que, por consiguiente, necesitan protección y apoyo de manera urgente. Estos niños merecen toda nuestra atención como ciudadanos y todo nuestro apoyo y compresión, pues ellos también son parte de nuestro futuro. No podía dejar pasar esta oportunidad para expresar que la niñez (incluida en ella la adolescencia por supuesto) es una de las fases de la vida más fascinantes y quizás más complejas, una época en la que los más niños exploran su nuevo mundo y que la gente más joven (adolescentes) asume nuevas responsabilidades y experimenta una nueva sensación de independencia. Hoy en día, los niños y jóvenes buscan su identidad, aprenden a poner en práctica valores aprendidos en su primera infancia y a desarrollar habilidades que les permitirán convertirse en adultos atentos y responsables. Esos niños luego se convertirán en adolescentes y, cuando los adolescentes reciben el apoyo y el aliento de los adultos, se desarrollan de formas inimaginables, convirtiéndose en miembros plenos de sus familias y comunidades, y dispuestos a contribuir. Llenos de energía, curiosidad y de un espíritu que no se extingue fácilmente, los niños tienen en sus manos la capacidad de cambiar los modelos de conducta sociales negativos y romper con el ciclo de la violencia y la discriminación, que se transmite de generación en generación. Con su creatividad, energía y entusiasmo, los niños pueden cambiar el mundo de forma impresionante, logrando que sea un lugar mejor, no solo para ellos mismos sino también para todos nosotros. Por todas estas razones, es que en este día tan especial les deseo a los niños, niñas y adolescentes de nuestra sociedad, un Feliz Día del Niño, pero también se lo deseo a los adultos, pues todos llevamos (o deberíamos llevar) un niño dentro y soñar como sueñan los niños, con todas nuestras fuerzas, donde lo imposible se torna posible y con un futuro sin desigualdades.
En definitiva, a nuestros niños en su día les decimos:
Tal vez lo difícil sea mirar con tus ojos, ponerme en tu piel, sentir tu dolor.
Tal vez me cueste contestar la pregunta de la razón de tus lágrimas, tan enigmáticas como tu risa.
Sé que no podrás comprender las cosas que te hacemos vivir los grandes, abandonándote, haciendo que trabajes, que “juegues” a la guerra, o no mirándote en las esquinas.
La visión de los adultos es siempre diferente y no es cuestión de estatura.
Las cosas que para nosotros no son importantes, para un niño pueden ser vitales, y también exactamente lo contrario.
Niño pobre, niño solo, niño sin juego.
Cómo devolverte el horizonte, cómo iluminarte el futuro.
¿El juguete que te compré reemplaza al juego compartido?
Las caricias que no te di, ¿podrán recuperarse?
La veces que te dejé, por mil ocupaciones, ¿serán reversibles?
Los “te quiero” silenciados, ¿serán inocuos?
El frío, la calle, la soledad, ¿no te harán daño?
Mi insensibilidad, mi ceguera, ¿podrán ser perdonadas?
Cada niño debe ser mi niño, retoño en busca de cobijo.
El mundo que te fabricamos es crudo, difícil, egoísta, sin valores.
Te adultizamos la infancia, obligándote a saltar sin escalas de los brazos maternales al ruido, al humo, a la desesperanza.
Es responsabilidad del hombre jugarse, sublevarse, oponerse a esta realidad.
Todos los adultos debemos ser padres, porque todos los niños son hijos.
El futuro comienza hoy y los niños, con sus grandes ojos de asombro, pueden ser el motor, fuerte, eterno, cálido.
Propongo, entonces, mirar con tus ojos, ponerme en tu piel, sentir tu dolor. Y, así, vivir mi vida.

 

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