“Fui uno de los que rescató a los chicos del incendio, pero lamentablemente todos murieron”, recuerda el efectivo policial con la voz entrecortada, quien prefirió el anonimato para no afectar la investigación judicial.
Como todos los que estuvieron en el lugar de los hechos, le resulta imposible olvidar lo que vivió el 9 de setiembre de 2011 cuando las agujas del reloj dieron las 14.30, marcando un ante y un después, no solo en su vida sino también en la de toda la sociedad catamarqueña.
Luego de un silencio prolongado, se animó y comenzó a recordar. “Estaba en el baño cuando escuché el grito de una femenina pidiendo auxilio, provenían de los calabozos, y corrí para ahí. Al atravesar la guardia, no podía creer lo que estaba viendo. Nelson Molas, Nelson Fernández, Franco Sosa y Franco Nieva, los cuatro adolescentes allí alojados, estaban envueltos en llamas. Habían prendido fuego a los más de diez colchones que allí había”, recordó. “Tomé la manguera y mientras un colega me ayudaba, abrí la celda, que no estaba con candado -aseguró- e intenté apagar el fuego, mientras otra compañera desesperada modulaba a los bomberos. Fue algo sumamente horrible lo que pasó y lo que vivimos. Recuerdo que cuando abrí la celda, uno de los chicos me agarró del brazo en el que tenía la manguera e intentó introducirme al calabozo, me querían ‘llevar’ con ellos. Pero pude resistirme, hasta que un colega llegó a ayudarme. En el forcejeo, comenzamos a sacarlos. Estaban prendidos fuego todo. Le tirábamos agua con la manguera y baldes, pero se quemaban vivos, y ninguno se quejaba, ni pedía ayuda. No los escuché hablar, sino hasta que llegaron las ambulancias, cuando ya agonizaban”. Adelantándose a la siguiente pregunta, el policía expresó: “Ese día, fue un día muy tranquilo. Habían otros dos chicos más junto con estos cuatro que murieron, y las juezas -por aquel entonces las doctoras Nieto y Figueroa- le dieron la libertad a las 12.00 del mediodía. Esto, yo no lo sabía, por eso después de que rescatamos a los cuatro chicos, volví a ingresar al calabozo y buscaba a los otros dos chicos. La falta de ventilación en el lugar y el denso humo no me dejaba ver nada, pero estaba convencido de que había otros dos chicos más allí adentro. Pensé que habían muerto calcinados cuando se sofocaron las llamas”.
“La sociedad nos condenó antes que la Justicia. Todos hablan de los chicos que murieron, pero nadie, ni siquiera la misma Policía, se preocupó por nosotros. El subjefe de Policía ese día nos dijo que el lunes debíamos presentarnos a trabajar. Estábamos todos shockeados por la situación que vivimos, y nos exigían presentarnos. Así que ese lunes 12, nos hicimos presentes en la guardia de la comisaría Quinta. Cuando estábamos ahí, los detenidos comenzaron a gritar, a hacer ruido con las rejas del calabozo e indefectiblemente el recuerdo de lo que habíamos vivido en la Alcaidía nos invadió. Recuerdo, la colega femenina entró en una crisis de nervios, y otro colega se desmayó. Salimos a la calle porque no podíamos seguir soportando esa situación. Así pasaron los días y, como la causa ya estaba en la Justicia, nuestros superiores no hacían nada, debimos buscar por medios propios asistencia psicológica. Lo único que nos dijeron en la Policía en ese momento fue que debían pasar al menos cuatro meses para poder la psicóloga de la fuerza decirnos si el hecho -la muerte de los cuatro chicos- nos había afectado o no. Una locura. Cuando estas mismas profesionales, en 15 minutos, cuando vas a rendir te dicen si estás apto o no para seguir siendo policía. Este “abandono” de nuestros jefes, porque realmente nos sentimos solos, nos llevó a terminar en el diván de un psiquiatra. Actualmente, la mayoría de los policías que vivimos la tragedia sigue concurriendo y no presta servicio en la fuerza”, remarcó. “Es imposible estar en una comisaría, ver un calabozo y no recordar aquella siesta del 9 de setiembre, que marcó un antes y un después en nuestras vidas, sobre todo porque no es como se dice o se quiere hacer creer. Estuve de guardia ese día, y en ningún momento los chicos dieron indicios de que iban a prenderse fuego o a manifestarse de esa manera. Es más, iban a ver un DVD de Damián Córdoba. La reacción de los chicos nos sorprendió y su origen lo desconocemos. Aun cuando en guardias anteriores, cuando realizábamos las rondas, escuchamos a uno de ellos rezarle a “san la muerte”, manifestándonos al preguntarle qué hacía, que le pedía a “san la muerte” que fuera a buscarlo y se llevara consigo a los otros y a un policía”, recordó el efectivo.  Al respecto, contó que una vez que los bomberos y los peritos inspeccionaron el calabozo de la tragedia, encontraron en un colchón que estaba quemado en su parcialidad, un símbolo tumbero. “Una especie de dato con cinco puntos negros, hechos aparentemente con el cigarrillo. Esto entre los reos significa la muerte de cuatro internos y la de un celador”, concluyó el entrevistado.

 

fuente http://launiondigital.com.ar/noticias/64687-se-quemaban-vivos-y-ninguno-pidio-ayuda