En Tacuabé no hay una sola celda. No hay calabozos, ni rejas ni esposas. Apenas dos policías, un agente de segunda y otro de primera, custodian las 41 hectáreas donde se ubica la cárcel de máxima confianza del país, a 22 kilómetros de Villa Constitución, en el departamento de Salto. Se trata de un proyecto piloto en el que cuatro privados de libertad viven con sus parejas e hijos.

Cada interno cumple una función: algunos trabajan en la refacción de las viviendas deshabitadas, otros crían gallinas. Otra interna se encarga de cocinar el pan. El mayor de los reclusos ordeña las vacas y reparte la leche para el resto de las familias. Uno de ellos está a cargo de la huerta y todas las mañanas se dedica a sacar lo que esté listo para comer: tomates cherry, perejil, frutillas, acelgas o zanahorias.

También tienen una policlínica, donde un médico atiende una vez a la semana y está a disposición para las urgencias que puedan surgir. Cuentan con un salón comunal, donde se juntan para realizar actividades, y la escuela rural a donde asisten los hijos de los internos está a unos 20 metros de distancia.

En el año y medio que llevan viviendo en Tacuabé, cualquiera de ellos podría haberse escapado atravesando el campo, cruzando el río o incluso por la propia entrada, cuya única seguridad es una portera de madera. Pero hasta ahora ninguno lo ha siquiera intentado. “¿A dónde van a ir? Acá están sus familias”, señaló a El Observador el director del establecimiento Daniel Udaquiola, quien aseguró que Tacuabé es un modelo único en Sudamérica.

El coordinador de Desarrollo Penitenciario, Alberto Brusa, agregó que han llegado representantes de la Organización de las Naciones Unidas para conocer el proyecto ideado por el presidente José Mujica.

La idea del mandatario fue transmitida al ministro del Interior, Eduardo Bonomi, quien se puso en contacto con Brusa para llevarlo adelante. Si bien forma parte del Instituto Nacional de Rehabilitación (organismo rector de las cárceles) no está presupuestado por lo que funciona a base de donaciones de las otras cárceles.

No es una cárcel vip. Según Brusa, es una oportunidad a la que acceden aquellos privados de libertad que realizaron un proceso, que ya “están rehabilitados”, y que solo les queda restablecer los vínculos con la sociedad.

Para eso, el primer paso es el reencuentro con las familias. Es que cuando recién entran en las cárceles, los reclusos reciben visitas de sus seres queridos relativamente seguido. Pero a medida que el tiempo pasa los familiares dejan de aparecer. Con suerte, la madre es la única que seguirá yendo a visitarlos de forma constante.

“Es la prueba más exigente que tiene el modelo que estamos impulsando. Son modelos que desarrollan lo contrario a la custodia y a la seguridad. Nos interesa que (los reclusos) entren en el proceso de convivencia y de inclusión. Porque no hay cosa más compleja que cuando salen”, señaló.

Además, Brusa explicó que los únicos que no se aceptan dentro de la unidad son quienes cometieron delitos sexuales o de narcotráfico. Tampoco pueden ingresar personas que hayan sido procesadas recientemente. Tienen que haber pasado por otras unidades penitenciarias donde hayan tenido la oportunidad de mostrar una buena conducta.

El sábado pasado Tacuabé era un jolgorio. Las familias recibieron a vecinos y a padres del liceo de Constitución y se dedicaron construir bancos de madera para los alumnos. Se pasaron la tarde martillando y lijando tablas, mientras los hijos de los privados de libertad corrían de un lado a otro con otros niños de la zona. “Esto es Tacuabé”, dijo a El Observador uno de los internos, Alcides Rivas, al acercarse a su mujer, Mariana* y a su hija Cinthya*, de 3 años, que lo acompañaban en la actividad.

El sábado también fue un día importante para José Luis*. Llegaron desde el Centro 2 de Libertad cuatro vacas y seis terneros, por los que había estado luchando desde que ingresó en la nueva unidad.

Él es quien se dedica a ordeñar y a dejar prontas las botellas de leche para el resto de las familias.Entró en el Compen en 2005 por un homicidio del cual no quiere hablar. “El miedo se te mete por los huesos”, describió José Luis sus primeros días en ese centro penitenciario. Con el tiempo se acostumbró y hasta se volvió un referente para los presos.

Según contó a El Observador, les enseñaba las tablas de multiplicar, les enseñaba los diferentes cortes de carnes y hasta les daba consejos cuando estaban deprimidos. Le costó un mes aceptar el traslado al Centro 2 de Libertad; y aunque ahora lo siente como su casa, le llevó otro mes aceptar el pase a Tacuabé. “Lo vi tan solo, tan aislado”, señaló.

Es que sí. La unidad penitenciaria está escondida en el medio de la nada. 22 kilómetros de calles de pedregullo la separan del poblado más cercano. Por allí no pasa ningún tipo de transporte. Es un silencio constante. Durante la noche, todavía más. Si bien es tranquilidad para las familias, también es un problema. “Nos dificulta un poco el contacto con la gente”, indicó Udaquiola, quien aseguró que la distancia se transforma en un obstáculo para lograr el proceso de integración de los internos con el resto de la sociedad.

De todos modos, el mes pasado ingresaron a trabajar siete operadores civiles de Constitución, que realizan tareas administrativas, y eso, para Brusa, es un gran paso.

En total son cuatro los niños y adolescentes que viven en Tacuabé acompañando a sus padres. La más chica, hija de Rivas asiste al centro CAIF de Constitución. Su madre tiene autorización para llevarla hasta el local junto a un operario del centro penitenciario.

Dos varones, hijos de Ricardo Guerrero (preso por homicidio), van a la escuela rural El Espinillar, que se encuentra pegado a la unidad, a donde también asisten dos escolares de la zona.

Ligia Jorge, maestra y directora del centro educativo, contó a El Observador que gracias a la llegada de los niños a Tacuabé la escuela logró permanecer abierta. “Los niños están muy estimulados. No hay ningún tipo de discriminación. Incluso los hijos de los internos han ido a jugar a la casa de los otros alumnos”, agregó.

Según su criterio, la integración fue más sencilla debido a que, al estar en un medio rural, los niños locales tienen menos prejuicios que en las ciudades.

Pero el mayor miedo de las autoridades de Tacuabé y de los padres fue con el hijo mayor de Guerrero, que este año empezó el liceo de Constitución. Sobre todo por la estigmatización que podía llegar a recibir por parte de sus compañeros, algo que finalmente no sucedió.

“No es fácil para el chiquilín bajarse del móvil del Ministerio del Interior. Aunque ya lo tiene asumido”, comentó Udaquiola.

El director del centro penitenciario indicó que, si todo sale como lo tienen planeado, el año próximo podrán conseguir un vehículo sin identificación para evitar que los niños pasen un mal rato

http://www.elobservador.com.uy//noticia/284687/la-carcel-sin-rejas/